La ética del político



Trabajo final para:

Doctorado en Ciencia Política del Centro de Estudios Avanzados
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba
Curso: Teoría Política Clásica
Docente: Dr, Onelio Trucco
Alumno: Juan Exequiel Vergara - Abogado - Profesor Sociología Jurídica Universidad Nacional de Chilecito




Introducción
            En el presente trabajo se intentará abordar algunos conceptos de la política de Aristóteles a la luz de la ética nicomáquea como obra que la complementa, y partiendo de la misma propuesta del filósofo en el sentido de que la práctica de la virtud nos lleva a la transición de la ética a la política.
            En primer lugar se trata de explicar esta propuesta de estrecha y necesaria vinculación entre política y ética, a continuación procuramos entender cómo se nos presenta el Estado de las polis griegas y seguidamente qué se entiende por ciudadano y por político para el autor.
            En una tercera etapa se presentan las construcciones clásicas de los tipos ideales de dominación y del derecho, acudiendo al trabajo de Max Weber, y se señala cómo la figura del político se ha ido modificando partiendo del ciudadano de que nos habla Aristóteles hasta llegar al ascenso del político profesional moderno de los tiempos del sociólogo alemán. Así mismo se alude al supuesto de Weber en cuanto a que la ética se desdobla en dos posibilidades según se consideren o no las consecuencias de las acciones, lo que cobra particular relevancia en el ámbito de la política.
            Se concluye en el planteamiento de algunas preguntas que me genera la lectura de la obra política de Aristóteles tomando como referencia al mundo moderno y el proceso de racionalización en que está inmerso, que posiblemente sea la principal causa del desencantamiento respecto de la práctica política en la sociedad de nuestros días.
I
Aristóteles sostiene en el segundo capítulo de su Ética a Nicómaco que la Política es la ciencia que define cuáles son las ciencias que convienen a las distintas ciudades estado, cuáles deben aprender los ciudadanos y en qué grado deben hacerlo.  En coherencia con ello dedica el libro quinto de la Política al tratamiento de la educación en la ciudad que se postula como perfecta, sus condiciones, contenido y demás. Establece por consiguiente que las demás facultades deben estar subordinadas a la política, que utiliza las demás ciencias para conseguir el bien supremo del hombre, comprendiendo en este fin último los fines de las demás ciencias. Alcanzar el bien de la ciudad es obviamente un objetivo superior al de alcanzar el bien de un solo ciudadano, y por ello la ética como disciplina forma parte y está al servicio de la política. La ética privada o moral  del ciudadano no es más que el paso previo que deviene en la ética pública, que concierne a la política.
El filósofo estagirita nos advierte a continuación, y de forma contundente, que la política no es conocimiento, sino acción. Se refiere a la práctica, a las acciones concretas: las discusiones en materia política parten de las experiencias y acciones de la vida y se refieren a ellas. Se separa de la idea platónica del bien como algo inalcanzable, de los arquetipos como formas perfectas, y propone diferenciar entre bienes en sí mismos de los bienes que son útiles para producir o preservar los anteriores. El bien perfecto que se busca por sí mismo es la felicidad, y la felicidad debe entenderse como una actividad del alma conforme a la virtud.
La actividad de la virtud práctica se ejerce fundamentalmente en la política, y por ello el último capítulo de la ética nicomáquea se refiere a la transición de la ética a la política. El pensador griego intuye que los gobernantes ejercen la política más por cierta capacidad y experiencia que por reflexión. Muy lejos están de la posibilidad de transmitir enseñanzas políticas los sofistas, quienes profesan conocerla, y hasta la confunden con la retórica. No basta con haber aprendido el conjunto de enseñanzas sobre la ética, se debe procurar la práctica de la virtud.  Recomienda al que desee hacer mejor a los hombres que intente llegar a ser legislador, porque es a través de las buenas leyes que mejoramos socialmente. Y en la política, al igual que en las otras ciencias, las mismas personas que imparten la sabiduría sobre las diversas facultades son quienes las practican. Los que aspiran a hacer política necesitan inexorablemente de la experiencia.
En cuanto a las cualidades naturales que deben tener los ciudadanos de la república perfecta, Aristóteles dice que el pueblo debe tener inteligencia y valor. También afirma que la virtud del Estado se asegura mediante la voluntad inteligente del ciudadano. El Estado entonces será virtuoso cuando todos los participantes en el gobierno político sean también virtuosos. Enumera las tres razones por las que el hombre puede llegar a ser virtuoso, la naturaleza, el hábito y la razón.
En definitiva, el fin supremo de la vida coincide en el Estado y en el individuo. Entre la opinión que condena las funciones políticas porque difieren de la vida del hombre completamente libre, y la opinión contraria acerca de que la vida política es la vida superior, ya que para conseguir la virtud (y por consiguiente la felicidad) es necesario obrar políticamente,  nuestro autor mantiene el criterio anticipado en la Ética. Y agrega, que si un ciudadano es superior por sus méritos, y busca el bien, entonces será quien deba tomarse por líder. Pero no bastará con la virtud, porque para ejercerla será necesario el poder. “Obrar bien es un fin”, con lo que la idea de actividad comienza por aplicarse a la propia actividad de pensar y planificar los futuros actos conforme a la virtud.
En la polis aristotélica, el ciudadano, que es animal político, vive en comunidad y armonía al poder ejercer la ética en su sentido pleno, practicando la virtud para beneficio de todos. Y todos los ciudadanos, en mayor o menos medida, forman parte del gobierno de la ciudad, independientemente del sistema propuesto en las distintas constituciones que va considerando. El político debe ejercer la ética para la felicidad del Estado, y esta virtud ética es la del hábito de la recta acción.

II
            Al analizar el origen del Estado, Aristóteles niega que los caracteres de rey, magistrado, padre de familia y dueño se confundan, como si fuera una cuestión de grados sin diferencias específicas entre sí. Al ser la característica fundamental del hombre su sociabilidad, derivada de su capacidad de comunicarse, de asociación surge el Estado, que está sobre la familia en la misma relación del todo a las partes. Se prueba la superioridad del Estado, en el hecho de que el individuo no puede bastarse a sí mismo, y quien quede fuera del Estado será un bruto o un dios.
            Es la naturaleza la que llama al hombre a su asociación política. “El hombre ha recibido de la naturaleza las armas de la sabiduría y de la virtud, que debe emplear sobre todo para combatir las malas pasiones. Sin la virtud es el ser más perverso y más feroz, porque sólo tiene los arrebatos brutales del amor y del hambre. La justicia es una necesidad social, porque el derecho es la regla de vida para la asociación política, y la decisión de lo justo es lo que constituye el derecho.” (Aristóteles, Política, pg.12)
            La palabra Estado es equívoca, y por ello se aclara que no deben comprenderse sus actos como emanados de una minoría oligárquica o un tirano, sino en todos sus trabajos, por ello el político y el legislador como integrantes del gobierno, no son más que una organización que se impone a la generalidad de los ciudadanos.  El Estado es un agregado de elementos de los cuales su mínima unidad son los ciudadanos.
            Independientemente de las restricciones que debemos hacer al concepto de ciudadanía en la obra que analizamos, lo que destaca es la afirmación en cuanto a que lo verdaderamente distintivo para adquirir condición de ciudadano es poder gozar de las funciones de juez y magistrado. Es irrelevante cuál sea la forma específica de acceso a la función política, lo que se supone indiscutible es la posibilidad cierta de cualquier ciudadano a gozar de la misma.
            Más allá de las diferencias que surjan entre los diferentes conceptos y atributos del ciudadano según las respectivas constituciones, se prefiere el régimen democrático, ya que en otros regímenes puede ocurrir que no se dé cabida al pueblo.
            Pero es en sus constituciones donde reside la identidad de los estados, por lo tanto los ciudadanos, como componentes del Estado, pueden variar, y a su vez mantenerse dichas identidades. O pueden mantenerse en las mismas cantidades, pero variar la identidad del Estado. Ejemplifica con el coro que cuando interpreta una comedia es de un carácter y cuando interpreta una tragedia de otro distinto, si bien se mantienen los mismos actores.
            Derivamos así en el punto neurálgico de la cuestión, acerca de si la virtud del ciudadano difiere o no de la del hombre de bien (en su ámbito privado), y en qué radica esta distinción. Como la virtud del ciudadano se referirá a la virtud del Estado, y la virtud del Estado puede tomar diversas formas según la identidad que adquiera, a priori debemos admitir que pueden ser diferentes estas virtudes entre sí. Si el mismo Estado por su naturaleza implica que los ciudadanos integrantes cumplan distintas funciones, y cada una de estas funciones puede ser desarrollada ejerciendo distintos tipos de virtudes, entonces no puede hablarse de identidad total entre virtud política y privada.
            Ahora bien, existe un tipo de ciudadano que reunirá ambos tipos de virtudes, amalgamándose en el mismo ejercicio de la actividad política, y este es el gobernante, el magistrado, el funcionario público. Debe ser digno del mando que ejerce, y además de virtuoso, “hábil”, porque la habilidad también es importante para el hombre que tenga dicha responsabilidad. Nos remitimos nuevamente a la importancia que se da en la obra a la educación del futuro magistrado.
            Como anticipáramos el gobernante requiere para ello del poder, que no es el mismo que el poder entre el señor y el esclavo. La autoridad en el Estado es ejercida sobre otros ciudadanos, libres e iguales. A mandar se aprende obedeciendo en primer término, y por ello todos los buenos ciudadanos deben saber tanto obedecer como ejercer la autoridad, y en ese doble conocimiento reside su virtud. Pero el gobernante, una vez que aprendió a mandar, y ejerce el poder, debe contar con una virtud adicional. En ello radica la diferencia específica entre los ciudadanos que no ejercen el poder y los que sí. Y esta virtud exclusiva es la prudencia, que “consiste en una disposición racional y verdadera que, conforme a la razón, considera lo que es bueno y malo para el hombre. Y esto es así porque el fin del hacer es distinto de éste; pero no así el fin de la acción, ya que el actuar bien es el fin de la acción”. (Aristóteles, Ética, pg. 155)
            Sin entrar en las consideraciones que merecería el análisis de las distintas constituciones y cómo varían en más o menos las condiciones para acceder a esta privilegiada posición dentro de la polis, me interesa poner de manifiesto lo que el filósofo afirma rotundamente, y es que más allá de que el hombre sea de una determinada edad, mercenario, artista o comerciante, lo importante en relación a  su  virtud como ciudadano es que no tenga la necesidad de trabajar para vivir. Es decir, un artesano puede en algunas constituciones ser ciudadano (no podría por ejemplo en un régimen aristocrático), pero su virtud como ciudadano consistiría justamente en abandonar su vida de artesano. Incluso cita como ejemplo la ley tebana, en la que se excluía del acceso a la magistratura a todo aquel que hubiera ejercido el comercio en los últimos diez años.
            “Hay, por tanto, indudablemente, diversas especies de ciudadanos y sólo lo es plenamente el que tiene participación en los poderes públicos. Si Homero pone en boca de Aquiles estas palabras: “¡Yo, tratado como un vil extranjero!” es que a sus ojos es uno extranjero en la ciudad cuando no participa de las funciones públicas; y allí donde se tiene cuidado de velar estas diferencias políticas, se hace únicamente al intento de halagar a los que no tienen en la ciudad otra cosa que el domicilio.” (Aristóteles, Política, pg. 73)

III
            Para Max Weber la conquista las sociedades occidentales es la racionalidad formal, que considera la sujeción de la acciones a reglas y procedimientos previos de aplicación generalizada, teniendo en cuenta la relación entre medios y fines en la orientación de las acciones. Si bien la valoraba positivamente, temía que su imparable penetración terminara por encarcelar el desarrollo de un pensamiento libre, y finalmente encerrara a los hombres en la llamada “jaula de hierro””.
            La comprensión de la realidad se facilita a través de la construcción de tipos ideales, la acentuación de determinados aspectos en una serie de fenómenos, que son conceptuales y lógicos, además de imaginarios, puros, instrumentales e intercambiables. De estos tipos ideales tomaré en cuenta los referentes a las formas de dominación y los sistemas jurídicos.
            El poder tiene como manifestación concreta la dominación, y esta puede ejercerse de distintas formas. En el fundamento o legitimidad del poder reside la clasificación weberiana de la dominación. En efecto, esta puede ser de tipo carismático, cuando se confía en valores de santidad, heroísmo o ejemplaridad de quien la ejerce y los modelos de comportamiento que propugna el líder, la dominación tradicional, apoyada en las creencias en las tradiciones y costumbres y en quienes  gobiernan en virtud de las mismas y finalmente la dominación legal, cuya legitimidad reside en el valor otorgado a las reglas generales establecidas por la sociedad, y que será representada por los gobernantes que ejercen la dominación gracias a los procedimientos admitidos. Esta última forma de dominación es denominada por el sociólogo como “legitimidad legal racional”, por el proceso de racionalidad referido.
            A su vez, en cuanto al proceso de racionalización que se produce en el derecho, del cual podemos apreciar la relevancia ya que la forma más racional de la dominación es la legal, también define tipos ideales que surgen de combinar dos categorías con sus propias antinomias: si la norma es racional o no lo es, y si es formal (se tienen en consideración las características generales del sistema) o material (aspectos concretos y fundamentación extrajurídica, religión, ética, política). De manera que tendremos un derecho material irracional, cuyas normas son irracionales con valoraciones de carácter sentimental, un derecho material racional, donde las normas serán razonables y sus principios extrajurídicos y utilitaristas, un derecho formal irracional, bajo cuyo sistema las decisiones serán tomadas en base a normas generales pero con medios que escapan a la razón, y finalmente el derecho formal racional, que se ejemplifica habitualmente con el sistema del moderno derecho codificado.
            Lo más interesante a los efectos del presente trabajo es la correspondencia que podemos conjeturar entre los tipos ideales de dominación y los tipos ideales del derecho, y a su vez con un tipo ideal de operador político o jurídico. Porque cuando encontramos dominación de tipo carismática, el tipo de derecho suele ser irracional material, y el operador bien podría ser un profeta o un sacerdote. Cuando la dominación es tradicional, si el tipo de derecho es irracional formal, nos queda pensar en operadores de rituales religiosos, magos u oráculos, y si el tipo de derecho es más bien racional material, serán los operadores un conjunto de “notables”, en el derecho imperial de los príncipes. Finalmente, si el tipo ideal de dominación es racional legal y el tipo ideal de derecho es racional formal, el operador jurídico será necesariamente el abogado profesional, y el político el especialista en los temas que hacen a la política y que se dedique exclusivamente a ello.
            El Estado como asociación política es definible sociológicamente en referencia a su medio específico: la violencia física. Lo contrario sería la anarquía. La política podemos entenderla como la aspiración a participar en el poder o a influir en la distribución del mismo. El Estado por consiguiente es una relación de dominación de hombres sobre hombres y por ello la dominación se afirma en los distintos tipos ideales descriptos. Para Weber lo propio del Occidente es el caudillaje político, que surgió en las polis griegas, y entre cuyas formas destaca el demagogo libre, que tiene en la figura de Pericles su antecedente directo (desprovisto el término demagogo de la carga negativa actual). Pero no basta con el surgimiento de estos líderes para lograr la dominación que concierne a la administración de un Estado. Se requiere disponer de los bienes necesarios para el empleo del poder físico.
            Es este sentido puede clasificarse a las organizaciones estatales según la propiedad de los medios de la administración sea de los mismos funcionarios, o bien que el cuadro administrativo esté separado de dichos medios de administración (dinero, edificios,  armas, vehículos, etc.), a la manera que el proletariado está separado de los medios de producción en el capitalismo. “En tanto que en la asociación estamental el señor gobierna con el concurso de una aristocracia independiente, con la que se ve obligado a compartir el poder, en este otro tipo de asociación se apoya en domésticos o plebeyos, en grupo sociales desposeídos de bienes y desprovistos de un honor social propio, enteramente ligados a él en lo material y que no disponen de base alguna para crear un poder concurrente. Todas las formas de dominación patriarcal y patrimonial, el despotismo de los sultanes y el Estado burocrático pertenecen a este tipo. Especialmente el Estado burocrático, cuya forma más racional es, precisamente, el Estado moderno.” (Weber, pg. 17)
            Explica Weber como acompañó a este proceso de expropiación de los medios materiales el surgimiento y paulatino desarrollo de los políticos profesionales, que no querían gobernar por sí mismos sino al servicio de los jefes políticos. Ya que la política se puede hacer en forma ocasional, por ejemplo cuando votamos, o bien semiprofesional, tal el caso de los delegados y directivos de asociaciones políticas que desempeñan estas actividades sólo en caso de necesidad. Y finalmente tenemos el ascenso de los funcionarios profesionales, quienes viven de la política.
            Se distingue entonces entre aquellos hacen de la política una profesión respecto si viven para la política o de la política, diferencia situada el nivel económico. Quien vive de la política necesita realizar la actividad ya que es su fuente de ingresos, y no cuenta con otra fuente de ingresos independiente. Quien viva para la política debe ser económicamente libre. “Ni el obrero ni el empresario (y esto hay que tenerlo muy en cuenta), especialmente el gran empresario moderno, son libres en este sentido. Pues también el empresario, y precisamente él, está ligado a su negocio y no es libre, y mucho menos el empresario industrial que el agrícola, dado el carácter estacional de la agricultura. Para él es muy difícil en la mayor parte de los casos hacerse representar por otro, aunque sea transitoriamente. Tampoco es libre, por ejemplo, el médico, y tanto menos cuanto más notable sea y más ocupado esté. Por motivos puramente técnicos se libera, en cambio, con mucha mayor facilidad el abogado, que por eso ha jugado como político profesional un papel mucho más importante que el médico y, con frecuencia, un papel resueltamente dominante.” (Weber, pg. 23)
            La figura típica del político profesional ha ido cambiando con el tiempo. Al principio el príncipe se apoyó sobre capas disponibles de carácter no estamental, el feudatario, el clérigo célibe. Una segunda capa fue la de los literatos con formación humanística, sobre todo desarrollada en el Extremo Oriente. La tercera capa la encontramos en la nobleza cortesana. La cuarta capa se refiere específicamente a la política inglesa, con el surgimiento de un patriciado conocido por como gentry. Y la quinta capa, muy propia del continente europeo, fue la de los juristas profesionales. Los abogados cobran importancia por su capacidad para dirigir con eficacia un asunto que le es confiado por ciertos interesados, y en esto el abogado es superior a los demás tipos de funcionarios.
            Se pregunta Weber por la relación entre la ética y la política, y diferencia entre las acciones éticamente orientadas aquellas que lo son conforme a la ética de la convicción o bien a la ética de la responsabilidad. Esta última tiene en cuenta las consecuencias previsibles de la propia acción. Siendo que el medio decisivo de la política es la violencia, necesariamente se genera una tensión desde el punto de vista ético entre medios y fines. Ahora bien, cuando  el político actúa conforme a una ética de la convicción y las consecuencias de sus acciones son malas, en lugar de sentirse personalmente responsable culpará al mundo, o a la estupidez de los hombres por su fracaso. Mientras que el político que actúa bajo una ética de la responsabilidad tomará en cuenta todos los defectos del hombre medio, sin derecho a suponer que es bueno y perfecto, y sin la necesidad de descargar sobre otros las consecuencias que no pudo prever.

Reflexiones finales
            En primer lugar cabe preguntarnos por la enorme distancia entre el concepto de Estado que nos plantea el filósofo griego y el concepto de Estado al que estamos acostumbrados modernamente. El Estado griego era la suma de partes esenciales y de los recursos con los que esas pares contaban, la asociación de ciudadanos. El Estado no era algo “aparte” del ciudadano, o al menos da la impresión que no era percibido así por los habitantes de la polis. Por lo tanto para practicar la política bastaba con ser ciudadano y  vivir en la polis, difícilmente pudiera en ese tiempo generarse un desentendimiento político del tipo del que aqueja a los ciudadanos políticos de hoy en día.
            Por supuesto que el concepto de ciudadanía era completamente diferente del actual, y claramente reducido. El ciudadano era quien ejercía las funciones políticas. No de manera ocasional, en el mero acto del sufragio o la propuesta, sino permanentemente, y en calidad plena. Se señala cómo para Aristóteles es fundamental para el ciudadano “ser libre”, y en esto se refiere a libre de otras ocupaciones, como las que le generaría la búsqueda de subsistencia. También Weber nos presenta dos formas de hacer política, pero modernamente entendemos que la enorme mayoría de los funcionarios viven de la política, por lo que también cabe considerar hasta qué punto difieren con aquellos notables ciudadanos griegos que asumían el liderazgo.
            Pero todavía se profundiza en mayor medida la diferencia si se considera al político profesional moderno, que no sólo vive a sueldo del Estado, sino que su grado de especialización lo aleja absolutamente del resto de la ciudadanía que conoce poco y nada del sistema político en que está inmerso, y del que forma parte, pero de una manera radicalmente distinta a la propuesta en el concepto de Estado de la Política que plantea Aristóteles.
            Finalmente se abre el interrogante sobre el sentido de la Ética aristotélica construida sobre esta idea de ciudadano tan alejada de la que se articula en el entramado de nuestra Constitución Nacional. ¿La virtud del ciudadano moderno coincide en algún punto con la virtud del ciudadano de la polis? Parece difícil encontrar puntos de contacto, porque partimos de dos conceptos de ciudadanía prácticamente incompatibles.
            No obstante, si tomamos por un lado al ciudadano griego (que como tal, y por definición, participa de las actividades políticas), y por el otro al político profesional moderno (quien por su especialización dista mucho del ciudadano común), las virtudes que deben practicar tampoco resultan del todo compatibles. Y esto porque el político moderno para ser exitoso opera bajo una ética de la responsabilidad, que es lo que se le exige, y que incluye siempre en su ejercicio público una serie de acciones cuestionables para lograr los objetivos propuestos que, entiendo, serían rechazados de plano desde la virtud que debe ejercitar el hombre de bien de las antiguas ciudades estado.
Aristóteles menciona a Pericles como ejemplo de persona prudente. Weber postula a Pericles como el primer demagogo, quien logró dirigir a la Ekklesia, figura típica del líder político en Occidente. Quizá en la mención específica de la prudencia, como característica exclusiva del gobernante, Aristóteles deja algún pasaje por donde pudiera colarse cierta ética de la responsabilidad. O bien lisa y llanamente la ética aristotélica que se presenta como previa y de transición a la política no es un camino que pudiera seguir hoy en día quien pretendiera ocuparse de los asuntos políticos. Por la simple razón de que ciudadano y Estado se han separado de forma irreconciliable.
           


Referencias Bibliográficas
- Aristóteles, Ética a Nicómaco, Buenos Aires, Gradifco, 2003.
- Aristóteles, La política, Buenos Aires, R. P. Centro Editor de Cultura, 2010.
- Soriano, Ramón, Sociología del Derecho, Barcelona, Ariel Derecho, 1997.
- Weber, Max, El político y el científico, Buenos Aires, Libertador, 2008.

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